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La transformación digital que aguarda el factor humano

La transformación digital que aguarda el factor humano

El avance exponencial de dispositivos móviles, cada vez más sofisticados en sus capacidades de captar imagen y sonido obliga a un replanteamiento empresarial de optimización de recursos por parte de los medios. Es evidente que aún no hay Smart Phones ni Tablets en el mercado cuyas prestaciones en captación de audio y vídeo alcancen los estándares de calidad de las cámaras profesionales. Pero antes de adentrarnos en esas grandes diferencias entre cámaras y dispositivos móviles, quizás deberíamos ponernos de acuerdo en el significado de calidad, un término que viene siendo utilizado como mantra por los más escépticos con los dispositivos móviles que defienden a ultranza la utilización de medios técnicos de híper profesionales sólo equiparables a su elevado coste.

¿Qué elementos tendría que tener entonces un contenido audiovisual para que lo consideremos de “calidad”? Y, más allá de esta consideración, ¿en qué casos sería aceptable sacrificar parte de esa calidad en beneficio de la inmediatez o en ausencia de imágenes captadas con medios profesionales?

Ambas cuestiones ya han sido juzgadas y convalidadas, tanto por los usuarios como por los propios medios de comunicación. Éstos últimos no encuentran ningún impedimento en arrancar sus informativos con imágenes cedidas por usuarios de dispositivos móviles cuando éstas pueden tener un cierto impacto que se traduce en captación de audiencia. La audacia de los medios llega al paroxismo cuando estas imágenes están tan movidas o faltas de luz, o captadas en vertical o en movimiento, que apenas se entenderían si no fuese por la locución enfatizada del presentador. Esta sobreexposición de imágenes con móviles se acentúa cuando se ha producido un suceso inesperado en el que, lógicamente, no había un reportero esperando con su cámara a que ocurriera. En estos casos he llegado a constatar que las imágenes con móvil llegan a ocupar hasta un 20 por ciento del contenido informativo en las grandes cadenas generalistas.

¿Y el usuario? bueno, digamos que, en términos generales y singularmente en el ámbito informativo, tendemos a conformarnos y a adaptarnos rápidamente a lo que el medio nos ofrece. Personalmente no conozco a nadie que haya apagado la tele, ni siquiera cambiado su canal favorito porque una noticia estuviera algo deficitaria en imagen o sonido. El pixelado, las latencias o los cortes y fundidos a negro forman parte de ese paisaje de la llamada caja tonta en el que todo vale mientras alguien esté dispuesto a comprarlo.

El criterio de calidad resulta por tanto muy elástico según el baremo que se tome de referencia. Y si nos referimos exclusivamente a la calidad técnica o a la conciliación de ésta con el contenido audiovisual y su relevancia. Es más que probable que en un equipo de profesionales de los medios, el colectivo técnico sea más exigente con la luminosidad, el audio y todos los matices de la imagen y el sonido que el periodista o informador, a quien importará más la historia o el testimonio.

Personalmente, opino que hace tiempo que este debate ha sido superado, aunque aún haya muchos profesionales que prefieran no darse por enterados. Tan ridículo es apelar al mantra de la calidad para resistirse al cambio o a la utilización de nuevas herramientas como ignorar que la fotografía es un arte. La cuestión es cómo armonizar las diferentes habilidades para no perder la esencia que bulle en cada historia y ser fieles a un periodismo veraz, bien construido y adaptado al nuevo escenario digital.

Tomo las palabras de buen amigo y de los mejores reporteros gráficos en activo que conozco cuando habla de la oportunidad del rodaje. “Si voy a museo del Prado a hacer un reportaje me llevo la black magic, pero si estoy de vacaciones y veo arder un edificio no voy a dejar de grabarlo porque considere que un móvil no es profesional. Por supuesto lo primero es la noticia”.

Y es aquí donde entra en juego un nuevo concepto que, en España hemos importado con una abreviatura poco afortunada: el MOJO. Derivado del Mobile Journalism o periodismo móvil, esta palabreja está removiendo los cimientos de vetustos medios de comunicación públicos y privados, que realizan tímidas incursiones en este terreno, la mayoría de ellas con el voluntarismo de un reducido grupo de profesionales, mientras buscan el salto grial que les permita automatizar sus procesos productivos y reducir exponencialmente sus costes de difusión.

En realidad el santo grial de la tecnología ya ha sido descubierto, se llama 5G y es posible que su implantación pille a muchos desprevenidos. Pero no hace falta ser un visionario para entrever que la multiplicación x 10 de la conectividad y de la velocidad de transmisión supondrá la hegemonía de pequeños dispositivos - ¿he dicho móviles? - que con notables mejoras en sus lentes y en la captación de sonido mediante nuevos sistemas de microfonía, propiciarán la entrada en directo en cualquier medio de difusión, todo en tiempo real, a un coste irrisorio para las empresa y asequible para todo tipo de usuarios. Fuera unidades móviles, fuera mochilas de transmisión, fuera 200 kilos de peso entre maletas de luces, trípodes y cámaras de 10 kilos. Nos guste más o menos, la era del streaming y de los dispositivos móviles será una realidad. La pregunta es ¿estamos entrenados para ese cambio disruptivo, o daremos la coartada perfecta a las empresas de comunicación para deshacerse de buena parte de sus plantillas?

Este preámbulo debería dar paso a un plan formativo que tuviese como finalidad preparar a estudiantes, usuarios y profesionales a abordar ese cambio disruptivo con una cualificación en competencias digitales esenciales, desde una perspectiva ética y de servicio público, que va desde el proceso de captación, al de emisión y su posterior testeo y monitorización para un proceso de formación continua. Estas habilidades son transversales y, de un modo u otro, están implementadas en departamentos universitarios y en las áreas digitales de numerosos medios de comunicación.

Lo que no parece tan claro es la estrategia que debemos marcarnos en el corto plazo -el medio y el largo están desfasados cuando hablamos de tecnología- para que el buen periodismo no quede descolgado del vertiginoso cambio que la era digital ya está marcando.Personalmente, sólo veo una vía de enganche: la formación continua en nuevas competencias mediáticas y en las diferentes materias transversales que estas competencias y nuevos perfiles conllevan.

Para unificar criterios y metodología habría que dibujar un mapa formativo de nuevas competencias y perfiles, distinguiendo aquellas que, por su especialización, requieren un tratamiento y una profundización específicos y aquellas otras que, por su transversalidad, frecuencia de uso, y accesibilidad, forman parte de un conjunto de habilidades básicas para cualquier profesional de los medios de comunicación que se encuentre en proceso de transformación, transición o adaptación a la era digital.

Para universalizar y rentabilizar el aprendizaje de esas competencias es crucial la colaboración interdisciplinar de Universidades y centros de estudios junto con empresas que ya están en vanguardia y contrastar todo ese caudal de conocimiento con la experiencia de los profesionales que trabajan a pie de campo.

No es una tarea fácil, y menos aún para los medios de comunicación que, como RTVE, tienen una obligación de servicio público con aquellos sectores de audiencia que forman parte del llamado "mundo analógico". La formación en nuevas competencias mediáticas que concilien la era digital y el mundo analógico se presenta como una tarea hercúlea que sólo puede ser abordada en escala, con la construcción de nuevos modelos organizativos y la incorporación de nuevos perfiles que permitan una transición no traumática desde el punto de vista formativo y laboral. Debe ser un cambio que se juegue con audacia pero también con humildad para que el factor humano siga siendo el centro de la transformación digital. Están en juego valores, códigos éticos y principios de la profesión periodística que trascienden con mucho al avance tecnológico. Que no acabe pensando el piano que ha escrito él el concierto.

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