Ningún partido ha querido incorporar al debate electoral la reforma de un sector audiovisual que arrastra enormes deficiencias, como la fuerte concentración de medios que ampara la Ley general audiovisual o la urgente regeneración que necesita el servicio público de comunicación estatal.

Hay muchas maneras de encajar el resultado del 26J. Entre el arrebato de las filas del PP, el consuelo rabioso del PSOE, la sonrisa congelada de Unidos Podemos y las lágrimas de cocodrilo de Ciudadanos por la injusta ley electoral, yo me quedo con el comentario de un oyente en las mañanas de la SER que, ante la frustración de sus expectativas en las urnas, decidía olvidar los lamentos para volver a su rutina en el campo y ocuparse de arrancar los chupones de sus naranjos.

Algo tendrán los políticos cuando su vida les interesa a tanta gente o, parafraseando al gran Francisco Ayala en un símil referido al fútbol, algo tendrá la gente. Claro, que a estas alturas del espectáculo, con una repetición electoral en la que apenas quedan conejos que sacar de la chistera y con los electores a punto de dormirse de aburrimiento, la cuestión no es tanto quién va a ganar sino cómo piensan hacerlo.

Que RTVE debe enfrentar una profunda regeneración para cumplir con su misión de servicio público es un secreto a voces. Sucesivas reformas y contrarreformas, sumadas a incumplimientos sistemáticos de la regulación por parte de los partidos políticos que se han alternado en el poder, han abocado a RTVE a la peor situación de su historia.